martes, 2 de agosto de 2016

Libro de Manuel

Podíamos seguir así, prolongar el ritual, la tristeza y el deseo trocaban poco a poco sus
guantes y sus nieblas, hacer el amor con Francine era más que abolir las diferencias,
establecer un territorio fugitivo de contacto, porque entonces Francine no solamente se
despojaba de todo lo que la erguía contra mí sino que entraba por su cuenta, de la mano de
un río de cobre, en una zona de tormentas increíbles, y cómo decirlo de otro modo, me
llamaba con una voz deshecha, se daba como un diluvio de címbalos y uñas. Era siempre la
primera en llevar la mano hacía ese conmutador que apagaba un tiempo de figuras
afrontadas, de palabras enemigas, para abrirnos a otra luz donde un vocabulario hecho de
pocas, intensísimas cosas creaba su lenguaje sábana, su murmullo almohada, allí donde un
tubo de crema o un mechón de pelo eran claves o signos, Francine dejándose desnudar al
borde de la cama, los ojos cerrados, el pelo rojizo y casi crespo contra mi cara,
estremeciéndose a cada movimiento de mis dedos en los botones y los cierres, resbalando
hasta sentarse para que le quitara las medias y le bajara el slip, sin mirarme, tacto puro
incluso cuando la dejaba abandonada por un momento para quitarme la ropa en ese silencio
de cuerda tendida entre los amantes que se esperan, que cumplen movimientos previos,
Francine resbalando hasta quedar de espaldas, los pies apoyados en la alfombra, quejándose
ya con un murmullo ansioso y entrecortado, música de la piel, respondiendo desde su
gemido a la boca que subía por sus muslos, a las manos que los apartaban para ese primer
beso profundo, el grito ahogado cuando mí lengua alcanzaba el clitoris y nacía esa succión
y ese coito diminuto y localizado, yo sentía su mano entrándome en el pelo, tironeándome
sin piedad, llamándome a lo alto y obligándome a la vez a demorarme hasta el límite, darle
un placer que no era aún el mío, el esclavo de rodillas sobre la alfombra, sujeto por el pelo,
obligado a prolongar la libación salada y tibia, mis dedos buscaban más adentro el doble
pétalo del sexo retraído, el índice resbalaba hacia atrás, buscaba la otra entrada dura y
firme, sabiendo que Francine murmuraría: «No, no», resistiéndose a una doble caricia
simultánea, concentrada casi salvajemente en su placer frontal llamándome ahora con las
dos manos aferradas a mi pelo, y que cuando resbalara arrastrándola conmigo hacía arriba
para tenderla de espaldas en lo hondo de la cama, se enderezaría volcándose sobre mí para
envolverme el sexo con una mano y poseerlo con la boca reseca y áspera que poco a poco
se llenaba de espuma y saliva, apretando los labios hasta hacerme daño, empalándose en un
jadear interminable del que me era preciso arrancarla por que no quería que me bebiera, la
necesitaba más profundamente, en la marea de su vientre que me devoraba y me devolvía
mientras las bocas manchadas se juntaban y yo le ceñía los hombros, le quemaba los senos
con una presión que ella buscaba y acrecía, perdida ahora en un grito ahogado y continuo,una llamada en la que había casi un rechazo y a la vez la voluntad de ser violada, poseída
con cada músculo y cada gesto, la boca entreabierta y los ojos en blanco, el mentón
hundiéndose en mi garganta, las manos corriendo por mi espalda, metiéndose en mis
nalgas, empujándome todavía más contra ella hasta que una convulsión empezaba a
arquearla, o era yo el primero en sumirme hasta el límite cuando el fuego líquido me
ganaba los muslos, nos conjugábamos en el mismo quejido, en la liberación de esa fuerza
indestructible que una vez más era chorro y lágrimas y sollozo, latigazo lentísimo de un
instante que desplomaba el mundo en un rodar hacia la almohada, el sueño, el murmullo de
reconocimiento entre caricias inciertas y sudor caliente.


J. Cortazar

No hay comentarios: